Opiniones de la Obra

Carlos Fuentes

Mutaciones eternas

Como La carta robada de Edgar Allan Poe, la pintura de Teódulo Rómulo es una evidencia que es un misterio y un misterio que es una evidencia.
Palimpsesto de varias civilizaciones, la lectura gráfica del artista mexicano aparece como un homenaje más evidente que misterioso a los grandes maestros contemporáneos: es la superimposición menos interesante de su obra, pero acaso no representa sino un engaño indispensable para que levantemos, con la espátula de la mirada, esa primera capa pictórica —Chagall, Picasso— y nos sumerjamos en las sucesivas formaciones gráficas que, en su extremo final, habrán de revelarnos una figuración primaria, inconsciente, original: los trazos primitivos, eternamente grabados sobre la piedra de las cavernas, fugazmente inscritos en la humedad de la arena.
Entre alfa y omega, aparece la verdadera pintura de Rómulo: una paradoja de mutaciones eternas, la primera tierra, la primera bestia, el primer astro, el hombre y la mujer originales, a punto de convertirse en otra cosa, en otros seres: el arte como inminencia formal. Fija en la eternidad de su origen, fluyente en la metamorfosis de sus signos, engañosa en la nueva inmovilidad de su homenaje actual, que no es sino una invitación para recorrer en sentido contrario, como quien remonta un río de colores, el proceso visual que nos devuelve a la roca y a la arena del principio. En esta doble trayectoria, la pintura de Rómulo se revela, al cabo, como un enigma que se basta a sí mismo. Hay poco que decir. Hay mucho que ver. La transformación está a punto de ser muerte: la intervención de la mirada la convierte en un renacimiento intempestivo.

* Texto leído durante la inauguración de una exposición en la que participó Teódulo Rómulo, en La Maison du Mexique, en París, siendo el escritor embajador de México en Francia.

Antonio Luque

La pintura de Teódulo Rómulo

El primer acercamiento a la pintura de Teódulo Rómulo nos produce asombro, pues sus óleos se desenvuelven en diferentes planos pictóricos a la vez, pero, por si fuera poco, se da el lujo de superponer, al mismo tiempo, distintos planos en los que maneja, a su antojo, géneros clásicos de la pintura, como lo son el bodegón y las escenas bucólicas, según se puede ver en la serie de obras que ahora exhibe en la Galería HB.
No conforme con ese alarde de simultaneidad, Teódulo Rómulo se regocija en la utilización de diversos tratamientos clásicos y es capaz de hacer convivir, en un mismo cuadro, el realismo académico con el surrealismo metafísico y el dibujo infantil, y para sazonar todo esto, escoge el mejor de los condimentos: el humor.
La pintura de Teódulo Rómulo es juguetona, bromista y hasta alburera, su sentido del humor es la guía principal de su obra y a él se enganchan los demás elementos, como vagones que acarrean su propia carga, jalados por la pequeña locomotora que hace la travesía por toda su pintura, dando un toque de ingenuidad infantil y de nostalgia.
Con toda esta riqueza plástica y temática, cada obra de Teódulo Rómulo ejerce una especie de magnetismo que atrapa la atención de quien la mira y la deja perderse en el laberinto de formas, de colores y de juegos que encierra.
Hay en la pintura de este artista esa atmósfera barroca típica del arte mexicano que sincretizó en la expresión popular la imaginería, uno de los más auténticos ejemplos del arte de todos los tiempos.
A esta estirpe pertenecen Teódulo Rómulo y su pintura.


* Antonio Luque, crítico de arte. Texto tomado del catálogo de exposición del pintor en septiembre de 1994.

Bertha Taracena

Dialéctica de la nueva figuración

Las obras recientes de Teódulo Rómulo descubren, de manera singular, otros aspectos de la realidad. El objeto que en otras expresiones de tendencia hiperreal es imposible, aquí también lo es, pero en relación a dimensiones psíquicas, no físicas. Las bestias, los astros, los insectos, que en otros cuadros hiperrealistas son testigos de abrumadora miseria física, aquí integran escenas de fantásticas posibilidades que el hombre alterna hoy día para sostener lo entrañable de su condición humana.
Rómulo ha hecho largos viajes desde que, en 1963, estudió en la escuela superior de Bellas Artes “La Carcoba”, de Buenos Aires, Argentina, y más tarde (1973) fue becado por el gobierno francés y se quedó a vivir en Francia. Estas experiencias le dan amplias nociones de las corrientes de vanguardia aunque su idea del mundo y su gran fuerza de expresión provienen más bien de su original cultura tlaxcalteca, ya que el artista nació y pasó su primera infancia en Tlaxcala, tierra de grandes muralistas y pintores.
Singularmente atento a lo que lo rodea, su obra demuestra cómo su relación profunda con los seres es igual a la que tiene con las cosas y la naturaleza, para explicar nuevos aspectos de lo verdadero. En su caso, lo real en exceso es revelar profundidades que se ocultan en pliegues de apariencias.
Haciendo brillante resumen de la pintura de hoy. Rómulo logra su propio lenguaje integrado de dualidad sugerente y poética, tanto en temas, como en procedimientos e intenciones. En los universos gráficos de 1965-70 (Rómulo tiene especial talento para la obra sobre papel, resultando un innovador en este campo) y en las obras despojadas y austeras del siguiente lustro, así como en sus obras de 1975 a la fecha, se subrayan, más que otras categorías, el ir y venir del artista por los mundos antagónicos que habitan su creación.
Figuración barroca y síntesis, ironía y simbolismo, ámbitos cerrados y abiertos, presencia real y memoria, resultan la expresión de un pathos incontenible y desbordante. (Brujo calufo: yo soy más que humano). Cíclicamente este artista se descubre en una posición igual y distinta y el transcurrir de su existencia dentro de esta dualidad lo hace encontrar valores que le permiten desarrollarse en círculos cada vez más amplios.
Desde sus inicios, y debido a ese entronque con el arte tlaxcalteca que lo hace un pintor diferente, transita de la escala normal a la monumental, desbordando los objetos del espacio que les corresponde. La vaca que Rufino Tamayo pintó en las escenas del campo mexicano, cobra aquí significado y dimensiones monumentales a través de una simbología en la que canta el fervor por todo lo vivo que habita al hombre. Insecto y astronauta, mujer torera, lunas, soles y nahuales sugieren el paraíso y el infierno, el amor y la castración, la magia y el tabú.
Por fuerza de estilo, Teódulo Rómulo funde mundos juzgados incompatibles, tal como lo hacen los muralistas prehispánicos en Tlaxcala. La luz y el color, los signos y las cosas, se transforman en símbolos, estructurando los andamios en que se sostienen universos reales en exceso y, por eso mismo, mágicos.
De su propia síntesis y esto desde la época de sus primeros paisajes pintados cuando era alumno de Celia Calderón en la Escuela de San Carlos (1965) el artista extrae la lección que renueva los ciclos de su obra. Evolutivamente su lenguaje se abre a nuevos horizontes recomenzando en las mismas fuentes y temas, pero variando la manera de tratar materia y forma. Su contrapunto hace que se entreveren e imbriquen impulsos opuestos de su pintura: concentrar y expandir, construir y destruir, como en la fantástica plástica tlaxcalteca plasmada frente a la luz deslumbrante de los volcanes.
En telas principales, se proyecta esta idea del cosmos envuelta en su propia sustancia, si bien en obras de períodos sucesivos domina la imagen en que fragmentos de seres superpuestos unos sobre otros, sugieren un mundo más que humano. A la fecha, la escena se amplía, el ámbito cerrado invita a penetrar al espectador, la miniatura se agiganta y se revela la horma de los objetos fascinante por evidente. ¿Había misterio?

Realidad en exceso

Frente al espacio habitado por un solo ser fantástico, surgen los espacios poblados por multiplicidad de seres y de cosas: apuntes, garabatos, recuerdos, interjecciones. Continuamente esta pintura va en contra de lo que se supone que la define. Formas móviles y fugaces se consiguen ahora con tonos transparentes, llevándose al extremo la técnica de asociación libre, para sugerir que todo no es como se había creído, el deseo incompleto y anhelante, la integridad.
La flor es esperanza, pero en su forma femenina y masculina lleva el peligro, como las aves y los insectos con rasgos de doble significado que son elementos fascinantes en la pintura de Rómulo, dualidad que se prolonga en otros perfiles biomórficos sugeridos en objetos, ocurrencias, recuerdos y toda clase de cosas en perpetuo movimiento.
La realidad en exceso está presente en la obra de este artista pero con un toque de invocación. Rómulo se incorpora por sus propios medios en la dialéctica de la nueva figuración que alterna tendencias hiperrealistas y visionarias donde juegan elementos conceptuales y de asociación libre, eróticos, mágicos y de choque psicológico.
Después de residir en Europa más de quince años —tiene hijos y familia francesa— hace una praxis de lo que en su experiencia es vivo y fecundo, encontrando que no puede prescindir del ancestral significado mágico del arte mexicano. Lo despiadado del hiperrealismo no es su característica, sino la “poética silvestre” como dice Carlos Pellicer, si bien todo en su obra deriva de un exceso de realidad.
Este profundo estrato poético y humano hace retornar a Teódulo Rómulo a sus propios cauces, como a otros pintores mexicanos que dan la vuelta al mundo para regresar a un extraño y misterioso origen.
Cuando se piensa en el conjunto de todo lo que en artes plásticas se dice, inventa, piensa, contesta, reactiva, se corrobora que es éste uno de los campos más complejos y auténticos de lo humano. Permite la obra de Teódulo Rómulo, en su conjunto, tomar una vez más conciencia de este devenir que implica el desarrollo de la expresión visual. Cada período de su desarrollo aparece antinómico del presente y, lo que es mejor aún, cada una de las partes de una obra, como vemos en series recientes, parece negar las otras y no funcionar sino por ella misma. De aquí —paradójicamente— la unidad, en forma y contenido, en el metalenguaje de este artista.

* Berta Taracena, crítica de arte. Texto escrito para el catálogo de la exposición en la Galería Metropolitana de la UAM, en 1981.


Carlos Pellicer

El ritmo de la acción creadora

Se me ocurre que el dibujo imaginativo es algo así como la caligrafía de ideas plásticas cuya ejecución, en ciertos casos, tiene carácter de urgente. La urgencia, en determinadas circunstancias, se debe a la rapidez con que llegan las ideas. Es el ritmo de la acción creadora.
El desorden aparente que hay en los dibujos es el orden en que se presentan las ideas. Este mismo artista dibuja el paisaje con la naturalidad, con la poética silvestre con la que lo encuentra. De esta manera es un diálogo. Del modo primero es un monólogo. El diálogo es a puerta abierta. El monólogo es encierro, luminosamente hablando. El lenguaje de este artista, por ahora, brutal y terrible.
Dentro de un rostro, dentro de una figura, hay multitud de cosas aparentemente inexplicables. En realidad, todo está relacionado. En su mundo interior, en su “yo” a gritos, sin que nadie lo oiga, para que todo el mundo lo vea. Está desnudo, prodigiosamente desnudo. No es un ilustrador: es un creador desbordante de rara energía. Gira entre el toro y el caballo. El hombre es él en toda la vivencia del asunto.
Este artista de extraordinario talento es un joven indígena cuyos nombres: Teódulo Rómulo —griego y latín— resumen, muy a la mexicana, todo un encuentro de culturas.

* Texto elaborado por el poeta para la primera exposición de Teódulo Rómulo en México en agosto de 1970.

Alfonso de Neuvillate Ortiz

Dentro de la tradición pospicasiana surgen innumerables actitudes plásticas, así como infinitas posibilidades de manifestar, mediante el uso y abuso de símbolos significativos, la realidad natural y la otra realidad. Temas gratos a esta expresión o lenguaje son los de la tauromaquia, las formas equinas y la mitología clasicista.
La historia del arte nos muestra objetivamente las interpretaciones subjetivas que, dentro de ese ismo, se han realizado y se han apoderado de los objetivos luminosos de la crítica social. Los artistas concretan al mundo —su mundo— en esféricas sugestiones envolventes, y así, el eterno tema, signo, concepto, realidad, acontecimiento, suceso, efemérides, del rapto de Europa por el mismo minotauro o el caballo, símbolo de la vida, que se tortura y se asesina como motivo de cierta obsesión.
Dentro de aquellos, y estos postulados, 1a obra de Teódulo Rómulo Hernández se construye, de suyo, en otra posibilidad solitaria de la manifestación plástica.
Su temática es la misma que han utilizado creadores muy importantes de antaño del hogaño, sin embargo, el dibujo excelente, las virtudes del trazo, lo incisivo de las líneas entretejidas o que se dispersan al infinito vacío de la obra realizada, concluyen un ciclo vital y a la vez inician otro nuevo.
Teódulo Rómulo Hernández, en el silencio de su estudio, va creando lo que se puede denominar con el simple concepto de obsesión: temas reiterados, angustia presentísima, rasgos dolorosos de la vida y fundamentalmente de la muerte. Las cabezas de su zoología infernal son síntomas y sinónimos del dolor de la existencia y de la metafísica de severa interpretación pánica.
Los órdenes del dibujo se rompen, la lógica del tiempo también descarta las posibles fechas de la realidad. Así, no extraña que, además de lo absurdo, aparezcan íntimos presagios y notas alucinantes de crueldad.
Teódulo Rómulo Hernández nació en Apizaco, Tlaxcala, el 17 de octubre de 1945. Realizó algunos estudios en la Academia de San Carlos, pero, sin embargo, debe considerársele como pintor autodidacta. Su primera presentación pública será el 24 de noviembre en la Escuela de Artes de la Ciudad de Puebla.
Este artista, aún desconocido, proyecta sus imágenes a la imagen del arte contemporáneo, merced a sus cualidades de dibujante de excelencias y a su ideal evidente: hacer, crear, manifestar, solucionar la problemática social, histórica, y política, con la catarsis que la obra en sí posee y que explotan en la conciencia anímica.
Aun siendo literaria, esta obra tiene cualidades de aquella índole que yo propongo llamar “de conceptos riguristas de la metafísica”. Aunque el pintor nos cuente ciertas anécdotas, la narración se trasciende y se eleva en virtudes existenciales del hombre. Habrá que esperar y ver, dentro de poco o mucho tiempo, si las incógnitas que hoy presenta Hernández llegar a tener solución.

Jun Ebara

Impresión de noche y profundidad

Las obras del pintor Teódulo Rómulo están llenas de fantasía y elocuencia, siempre con algún sentido. En el fondo hay algo patético, lo que es muestra clara de las obras que se producían en México hacia 1970, las que nos hacen recordar una obra de Goya: Caprichos. Me parece que lo patético es testimonio real en las obras sobresalientes.
Me entrevisté con el joven Rómulo viendo sus obras en un taller del edificio “México”, diseñado por Le Corville, que se encuentra en la Ciudad Universitaria de París. Es un joven alegre y abierto de corazón. En la pared está colgada una obra en tamaño 100, pintada en forma muy audaz, en la que pareciera que el pintor coincide en algo con las pinturas de Gaugin y Danza, de Mattisse. Pero, el “rojo” que figura en el cuerpo humano está más próximo al color “anaranjado” y me hace imaginar un rojo en la época precolombina, en el arte maya, y a la vez un rojo reciente de Tamayo.
El pintor tiene un sentido fino de los colores, diferente al que se tiene en Europa. También el humor propio en las formas, demuestra que es un observador ingenioso. Frente a sus obras, cuyas imágenes se elaboran con formas extraordinarias, le pregunté sobre el proceso de creación de una obra. Vamos a tomar como ejemplo la lámina de cobre mono-cromizada, el tratamiento delicado hace imaginar aquello de Buril, pero en su caso se trata totalmente de grabado al agua fuerte, y las líneas son rascadas con aguja normal.
El pintor dice: “Por ejemplo, las obras son vistas un poco a la distancia, pero si las imágenes llenan el fondo y tienen un tratamiento delicado, todo el mundo las verá acercándose ¿No es cierto? Yo quiero que la gente vea mis obras de cerca”. No creo que sea ésta la única razón. Llenando las figuras humanas y monstruos en esta forma, las obras dan una impresión de noche y de profundidad. Creo que es muy importante esto al ver sus cuadros. Al acercarse la gente podrá ver sus cuadros, sin duda serán atraídos y verán un mundo diferente.
Según dice él, aparecerá en primer lugar una imagen desde abajo a la izquierda, que luego persigue a las formas de imágenes que se forman y transforman por sí mismas, evitando la subjetividad. Darse o no cuenta de ello, consiste la técnica del “automatismo”, completamente surrealista. Aunque su trabajo es un conjunto de las imágenes que le surgieron en la mente, está bien establecida su composición.
Teódulo no imitó el automatismo aprendiéndolo como tal, sino las expresiones mismas le enseñaron a encontrar esta técnica. Por lo tanto, en sus obras existe la sinceridad de Rimbaud, el humor grotesco y espontaneidad de imágenes de André Bretón, Philippe Soupou, Desnus y la Época de sueño, de Eruare. Es decir, Teódulo resucita el “automatismo” en el origen de su creación. Rimbaud se intrigó a propósito al “confundir racionalmente” sus cinco sentidos, con el fin de entrar en “el origen de la poesía”.
Esto se muestra claramente en los poemas prosaicos de El barco borracho y Una temporada en el infierno en los que se expresa con palabras de dolor y penas físicas del cuerpo. Los surrealistas se enajenaron conscientemente hasta el punto en que por poco se convertían en enajenados reales y formularon sus poemas prosaicos como si fueran notas clínicas. Lo hicieron, no para demostrar las conductas excéntricas, sino que no pudieron ser así, por la necesidad histórica que llevó al hombre a ser complicado sin ser comprendido, con los conceptos anteriores como el positivismo o el naturalismo y, asimismo, llegó a existir una ruptura interna.
El automatismo de Teódulo también está por supuesto dentro del marco de esta necesidad histórica, pero difiere definitivamente de la necesidad histórica de Europa que sintieron los surrealistas como Rimbaud. Los grupos de figuras y animales extraños con tatuajes que aparecen en sus obras, son, sin duda alguna, formas precolombinas como las de los mayas.
También aparecen ritos y fiestas que han venido efectuándose desde el pasado antiguo de México, así como los “apóstoles” nacidos de la mezcla de sangre entre los españoles y mayas. A diferencia de las reliquias de la edad antigua, sea precolombina o maya, que tienen algo solemne, las obras de Rómulo tienen un humor grotesco y algo patético.
El segundo imperio se extinguió abruptamente al comienzo del siglo XI. Como es sabido, el destino del Continente Americano fue interrumpido cruelmente con la conquista de España y el colonialismo europeo. Las personas que habitan en dicho continente y las que heredaron la sangre de los pueblos extinguidos, no pueden ver sus civilizaciones interrumpidas simplemente con reliquias ajenas a sus sentimientos y como recursos turísticos, sino que siguen viviendo ahí, ahora, día y noche, en la profundidad del corazón. Las obras de Teódulo lo expresan muy bien.
Esto también se muestra en los grabados con colores llamativos, en los que se nota una influencia de La Clase y Hayter. Pese a que está influenciado tanto de lo europeo, la tonalidad de sus colores difiere mucho de la de Europa. A veces nos hace recordar un “azul” ligero que se asoma en el cielo de Delacroix, un azul más opresivo, rosado como se iluminará con la luz fluorescente, diversas variaciones de rojo bermellón.
¿Esto acaso no nos hace recordar los colores de los mayas? Es bien conocido que los mayas expresaron los caracteres y funciones de los dioses con colores, y los colores funcionaron como una lengua o medio para expresar la noción del Mundo. Este tipo de estudios le darán un sentido más profundo a las obras de Teódulo.

S.W. Hayter

Resplandor lunar

El arte de los pueblos llamados “primitivos” no debe ser considerado como un ornamento, un pasatiempo ni como una diversión. Es más bien un poderoso medio de acción sobre fuerzas al parecer más allá del control o de la influencia del individuo —en una palabra, las fuerzas de la naturaleza— y tal vez pudiéramos considerarlo como una pre-ciencia.
Sus recursos son frecuentemente aquellos de un ritual: la participación aparente o simbólica a la acción sobre la cual se ejerce una influencia, y cuando se trata de pueblos tan complejos como aquellos de la antigua cultura mexicana, este ritual es, por supuesto, extremadamente elaborado.
En el arte de Teódulo Rómulo, la herencia de ese país y de su cultura está claramente demostrado. Es una luz extraña, resultante al uso del color, que recuerda lo que percibimos como un resplandor lunar, sus imágenes densas y compactas se vinculan a recrear algunos rituales míticos, en la reacción de sus objetos extraños y cuasi místicos, penetrados del mismo temor y del mismo sentimiento de extrañeza que nosotros experimentamos al mirar la primera tentativa del hombre por pisar el suelo lunar.
Confrontados a estas obras, su extrañeza desata un impacto inmediato. Mientras que nuestra imaginación se deja de más en más arrastrar, el eco de nuestro pensamiento mítico latente, amplifica la experiencia como un conocimiento o examen profundo de dimensiones de vida...